26 nov 2010

Eucaliptus


En la época del El Tortas desaparecieron los eucaliptus de la entrada a Alamillo por la carretera de Almadén. Así, de la noche al día. Nunca hubo una explicación convincente que nos convenciese de la bondad de esta decisión. Nunca.

Todos los que en nuestra infancia, adolescencia y parte de la juventud los tuvimos por testigos de nuestras andanzas, paseos y aventuras entorno a ellos no pudios dar crédito a la noticia. ¿Cómo podía existir en el pueblo gente de esa calaña que no respetase uno de los santos y señas de Alamillo

Increíble, los eucaliptus, la seña de identidad de generaciones enteras desaparecidas, borradas por alguien que puso el egoísmo por encima de los demás sentimientos, alguien de cuya inconsciencia se duda seriamente, alguien que nunca debió contar con la confianza de la gente.

Aquella primavera ya solo nos dio tiempo a ver el destrozo, los restos de troncos y ramas desperdigados por el suelo, los hachazos mortales visibles en todos lados, las cenizas de las fogatas pretendidamente purificadoras, los agujeros en suelo queriendo enterrar lo que era imposible esconder. Ahí quedaron registradas las imágenes de la catástrofe.

Pero aquel alcalde se marchó y vino otro que quiso enderezar el entuerto, sembró unos retoños escuálidos allí donde vivieron orgullosos sus antecesores. Pero la desgana con que fueron sembrados, la desidia de buena para de la gente y la violencia mal disimulada que ejercieron sobre ellos, acabaron definitivamente con el sueño de verlos elevarse en las alturas.

La intención fue buena en un principio, pero los avatares de la política y la gestión local decidieron un buen día de que ese tramo de carretera debía ser reformado. Pasaron algunos años. Se enderezó la carretera, pero no la intención de volverlos a sembrar.

La conformidad volvió a adueñarse del consistorio local. Su lema cambio: no merece la pena ganar una guerra de mil batallas para poner unos árboles que tardarían tanto en crecer que ellos mismos no los verían cuando alcanzasen su máximo esplendor. Si los que construyeron las iglesias y catedrales hace setecientos años hubiesen pensado lo mismo, ¿qué tendríamos ahora? Pero ya sabemos que el peral solo da peras, no da más.

Aunque somos conscientes de que la situación de Alamillo no es como la de once años y que se ha avanzado en muchos aspectos, sobretodo social, también hay que decir que la sensibilidad de la corporación local en este aspecto ha dejado mucho que desear y temo que lo ha aparcado definitivamamente. Ahora somos reos del desencanto, y ya no culpabilizamos a los que llevaron a término esta barbarie, la lista aumenta, porque ese mismo desencanto nos hace ampliar la lista con toda la gente que en las dos últimas legislaturas ha tenido oportunidad y tiempo para tratar de recuperar este icono.

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