Anoche se cerró el último capitulo de la temporada. Un capítulo que nos dejó un sabor agridulce, más de lo primero que de lo segundo.
La final no tuvo color, bueno si tuvo uno, no el que nosotros queríamos.
Después de la experiencia de Bucarest todo estuvo más comedido, todo más comedido hasta los dos últimos días.
Todo el mundo reclamó el derecho a soñar, algo intimo en intransferible y que no se basa en realidades, pero bueno... era la hora y tampoco íbamos a ser rácanos a la hora de soñar.
Porque si hablamos de racaneria no lo somos desplazando aficionados a otras ciudades, tampoco a la hora de gritar, ni de comer, ni de beber, ni de levantar una ciudad y vestirla en el sentido estricto de la palabra de rojiblanca, y tampoco la hay en el se ni en el estar.
La racaneria la tenemos en los goles, un pequeño defecto que hay que subsanar, sobre todo por que es el único área de mejora que nos queda.
Y en cuanto al partido se resume en cuatro líneas: nuestros jugadores ya no es que saliesen con la reserva, es que ya no quedaba ni una gota de gasolina. Se acabó hace más de un mes y de ahí, lo de Bucarest, los tres o cuatro últimos partidos de liga y lo ayer. Estaban fundidos, física y animicamente.
El sistema de Bielsa nos ha dado grandes momentos y grandes partidos y nos ha elevado en nuestras espectativas, pero en contrapartida tiene un enorme desgaste.
Yo no se de sistemas de juego, pero el Barcelona jugó como no lo había hecho en toda la temporada, plasmando en el campo todo lo aprendido los últimos cuatro años. Delante había un equipo joven, con un porvenir excelente, que apunta muy buenas manera, pero bisoño que corria, corría, pero que siempre llegaba tarde.
Solo resaltaré un par de comentarios qyue hoy aparecen en la prensa local:
Bielsa apostó por un fútbol rápido y de poca posesión, pero su plan se derrumbó enseguida y cuando cambió, la final ya estaba decidida.
La presión rojiblanca fue desordenada, sin efectivos, sin cerrar espacios entre lineas y siempre tardía.
Aupa Athletic
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