5 jul 2012

SUBIDA AL GORBEA (III)

Una ráfaga de viento se llevó la niebla y al levantar la vista divisé a escasa distancia la ¿maldita/bendita? cruz. Me alegré, fue la primera alegría casi de la mañana. Subí como pude y llegando bajó Andrés a recogerme la mochila, cosa que me permitió levantar los brazos en señal de victoria a la vez que divisé la mirada tranquila de los amigos. Toqué el frío hierro de la cruz coronaria. y dije: ja soc aqui.

La bendita Cruz
 Cuando vimos que estábamos todos sanos, aunque fuese en espíritu, abrimos las mochilas y dimos cuenta de todo aquello que habíamos porteado en todo el trayecto. Un hamaiketako correcto, sin excesos, lo suficiente para reponer las fuerzas (buenos alguna) y cuando la niebla nos lo permitió hicimos las fotografías de rigor. Ya en la bajada caímos en la cuenta que no nos habíamos hecho la de los tres juntos, pero que no estábamos dispuestos a subir para hacerla.

Sin pensarlo demasiado emprendimos el regreso, pensando que ya se habían agotado todos los malos momentos, pero cuan equivocados estábamos. El primer tramo de bajada lo hicimos haciendo eses para que no sufrieran los gemelos, las rodillas y los dedos de los pies que chocaban continuamente con la puntera de las botas.

 Cuando esto se acabo entramos en la zona de las rocas, que no molestaban demasiado porque hubiese muchas y de todas clases (que también), sino porque teníamos una tendencia extrema a resbalarnos.

Lo más bonito de la bajada es que ya podíamos ver y de esa manera contemplamos en hermoso paisaje que en la subida no lo impidió el agua, la niebla y el esfuerzo que no nos permitía levantar la cabeza.

Así pudimos contemplar el últimos refugio y sus alrededores, el bosque de hayas por cuyo lindero transitaba el sendero de bajada y por último el precipicio que teníamos a nuestra derecha y del que no tuvimos constancia en absoluto en nuestra subida, porque además de lo citado anteriormente, también íbamos pendiente del señor que nos acompaño casi hasta lo más alto.

Fue un placer hermoso comprobar que deshacíamos el camino con facilidad, sin equivocarnos, ver el primer refugio donde nos equivocamos ubicado en una planicie semi despoblada, y tuvimos que mover la cabeza negativamente cuando descubrimos el letrero que indicaba el camino de subida.

El bosque de hayas
 Desde ahí hasta el aparcamiento de los coches, la pendiente era ya suave, pero a mi se me hizo eterna, tenia los músculos de las piernas como quemados, agarrotados, secos, sin fuerza, no veía la hora de la llegada.

Pero llegó, no hacía falta más que tener un poco de paciencia. ¿Qué placer cambiarse de ropa, sentarse el coche y pensar en la añorada cerveza que nos estaba esperando en el Arratiano.

Llegamos media hora más tarde de lo previsto, pero agradecidos del todo. Esa premura de comer hizo que la cerveza, la anhelada rubia, no fuese tratada con el cariño que se merecía, una pena.


Este punto lo resume así Andrés: Acabado el yantar, chupito incluido, repetimos café con el dominó como excusa para recargar azúcar en los músculos que estaban un poquito agotados. Y puesto que este relato está ya en las últimas vuelvo a recurrir al amigo Andrés que es práctico y conciso: recuperadas algunas de las fuerzas y contando con un par de horas por delante emprendimos el camino hasta Zudaire, que estaba muy cerquita, breve paseo ya que el pueblo no nos pareció mas grande de lo que al parecer era. Reportaje fotográfico y vuelta a Areatza a continuar el reportaje. Acabado el paseo por Areatza, repetimos cerveza, que obligado era reponer líquidos (y aquí si digo que esa media hora con la cerveza en la plaza fue un inmenso placer) en nuestro deshidratado cuerpo, vuelta al coche y llegada a Lemoa donde cada oveja con su pareja volvimos a los puntos de origen.

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